lunes, 27 de abril de 2009

El guiño de Roma

El guiño de la putana, ¿de quién si no? Vestida de negro con discreta elegancia y un cigarro en la mano, nada señalaba en ella su condición. Cuando ya estábamos a tiro de ojo y nuestras miradas se cruzaron, ¡flash!, vino el guiño, experto, profesional, como si nada y como si todo. Mi mente se puso a funcionar para deducir lo único que era posible deducir, no sin antes comentárselo a Ángel, quien me lo confirmó. Él sabía que en el Trastévere, por donde callejeábamos, ellas hacían su calle. Que una putana de Roma te guiñe el ojo no es cualquier cosa. Es como un guiño historiado, milenario, la Roma puta o la puta Roma insinuándose, por decirlo así, a lo grande y lo tremendo. Y es que Roma es grande y tremenda. Pienso ahora que estaría bien haberle devuelto el guiño, darse la vuelta y observar su reacción: ¿una sonrisa, anillos de humo, un ademán lascivo?
Nosotros seguimos nuestra ruta, en busca de la iglesia de Santa Cecilia que alberga una escultura de esta santa tal y como fue encontrada en las catacumbas calixtinas: talla excepcional, en mármol, de una mujer degollada, obra de Maderna.
Imaginemos que ella, la putana, se llamaba también Cecilia.

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