En ciertos procesos vitales, si el fondo no encuentra su forma, el contenido su continente, la impresión su expresión, el caudal su cauce, el paso adelante requerido por tal proceso puede quedar gravemente alterado o hasta truncado. Me llevó a pensar en todo esto un hecho que me contó mi amigo Emilio. Un amigo suyo, tras perder una hija debido a un cáncer, y por carecer de creencias religiosas, limitó sus exequias a un simple vertido de sus cenizas en algún lugar. Así de simple, sin más. Este padre "huérfano" de hija yace ahora en una depresión profunda. Se preguntaba Emilio, y yo con él, si el no haber ritualizado la despedida, el adiós, el no haber realizado una ceremonia que recogiese en su seno toda la pena y la exteriorizase adecuadamente, no habrá contribuido a que el desgarro inevitable se hiciese mayor. Un acontecimiento de tal calibre, la pérdida de una hija, un "fondo" así, necesita una "forma" que lo ritualice de verdad, que lo "exprese" enteramente, que le dé algún tipo de sentido: el adiós al ser querido muerto necesita su ceremonia, la necesita el muerto y la necesitamos nosotros, para que el fondo, el contenido, el caudal de nuestra pena encuentren su forma, su continente, su cauce. Necesitamos "enterrar" a los muertos, darles cabal "sepultura" para que el proceso del duelo pueda iniciar su camino. Ese dentro-fuera, interior-exterior en que consistimos debe funcionar adecuadamente, de distinta manera en cada uno, para que la maduración sea posible.